jueves, 8 de enero de 2009

Los parientes que nosotros mismos corremos

Carlos Alberto Pérez Aguilar

Y del otro lado de la frontera están los parientes que nosotros mismos corremos; parientes tan cercanos como primos, tíos, hermanos y amigos tan cercanos que al despedirlos la similitud en la sangre sale sobrando.
Se fueron ellos por no soportar la miseria y los males que nosotros mismos hemos creado cuando permitimos que en nuestro país exista corrupción, inseguridad y pobreza; allá están ellos, esos hombres y mujeres que sueñan con ser norteamericanos, que deciden cambiar de nacionalidad por cuenta propia, porque aquí en México no se les da oportunidad de nada, pero que al final, más que muchos mexicanos que aún vivimos en nuestro país, recuerdan sus raíces y llevan nuestras costumbres a un lugar donde el color y el idioma los hacen diferentes, y la mayoría de las veces esclavos de aquellos que quieren mano de obra a bajo costo.
¿Por qué se van?: lo sabemos y parece no importarnos; ¿por qué no se quedan?: ¡para qué!, aquí el tiempo pasa lento, y al final, la vida no cambia.
Conozco a mujeres y hombres de un pueblo, que desconocen lo que hay detrás de un cerro. Que creen que lo que aparece en la televisión es ciencia ficción, que no se preocupan por cremas para la piel, ni en dentistas, mucho menos piensa en cirujanos, que desconocen de impermeabilizantes, pues en sus hogares apenas hay techos.
Se van ellos a espaldas de burócratas que tienen la posibilidad de planear vacaciones, de políticos que se pasean con su egos y con su sueldo de dinero que no les pertenece, que se marchan ante la mira de empresarios “exitosos” que les ofrecen nada a cambio de una vida, a cambio de trabajo y que tienen la gracia de poder decir: “lo tomas o lo dejas”, cuando le ofrecen empleo a alguien.
Con la imposibilidad crecen nuevas generaciones sedientas de éxito y que anhelan educación, que podrían aprender, que podrían ser honestos porque nunca antes han conocido las mieles de la riqueza y de la avaricia como muchos otros cuyos apellidos pesan y hacen mella de una sociedad que pide a gritos libertad y que tiene ganas, sobre todo, de igualdad. Igualdad que piden aquí, antes de irse allá.

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